¿Por qué la gente no me escucha?
¿Alguna vez habéis sentido que no se os escucha? ¿Que por muchas veces que intentéis intervenir en una conversación, no lográis mantener la atención de los demás?
Lo cierto es que en algunas ocasiones puede tratarse tan solo de nuestra percepción. Un mal día puede causar que no nos sintamos muy atendidos (o que nuestro colega no esté precisamente receptivo ese jueves noche). Pero cuando se trata de una situación que se repite con frecuencia… ¿qué está fallando?
Hace unas semanas vi una charla impartida por el experto en comunicación y oratoria Julian Treasure, donde explica diversos errores que cometemos a la hora de comunicarnos, y expone una serie de estrategias que podemos implementar para “hablar de forma que la gente nos quiera escuchar”.
Os dejo aquí debajo el link por si queréis pasaros a verlo:
https://www.youtube.com/watch?v=eIho2S0ZahI
En este artículo quiero comentaros algunos de los puntos más interesantes que tocó Treasure durante su charla… pero desde mi punto de vista. Yo también he sentido de cuando en cuando la sensación de estar conversando con una pared, así que os contaré trucos que he ido recogiendo por el camino para lograr atraer la atención de mi interlocutor… que nunca viene mal.
Malos Hábitos Comunicativos
Cotillear
Deporte por excelencia para muchos grupos de amigos. Si has tenido algún desencuentro con alguien y necesitas hablarlo con un amigo, siempre está bien soltar y desahogarse. Pero el puro cotilleo por satisfacción… lo único que acaba generando es desconfianza en los demás. Si tu manera de estrechar lazos es hablar mal de los demás, nada me impide pensar que mañana acabes por hacerlo también de mí.
Juzgar
Juzgar no es otra cosa que formar una opinión sobre otra persona, cosa o situación. Si lo hacemos bien, normalmente llega a ser hasta constructivo. El problema viene cuando comenzamos a lanzar juiciosa diestro y siniestro.
Primero, sin que nuestro objetivo principal sea ayudar a la otra persona. Y segundo, sin que esa opinión se nos haya pedido. Puede que hayamos logrado empatizar 100% con las circunstancias y tengamos el veredicto perfecto para nuestro amigo. Pero mantén siempre a la vista que tu opinión es tan solo eso, un ángulo más desde donde mirar, y que dependiendo del contexto, de vez en cuando podemos ejercer el papel de meros observadores, y no maestros.
Ser Negativo
“No soporto a la gente negativa”. Normalmente, las personas a las que más escuchaba decir esta frase no eran precisamente los reyes del mambo…
Más que una forma de expresión, la negatividad es una actitud que se ve impregnada en cada palabra que soltamos, y esto suele suceder sin darnos apenas cuenta. Cuando la negatividad inunda nuestro discurso, creamos una atmósfera de pesadumbre y tristeza que engloba todo el mensaje que capta nuestro interlocutor. Por mucha razón que lleven nuestras palabras, nunca será agradable la sensación que transmitamos con ellas.
Quejarse
Todos estamos de acuerdo en que quejarse no sirve para prácticamente nada… entonces, ¿para qué? Ese pseudoplacer que nos da quejarnos del jefe, del curro, de la vida en sí misma…
En algunos círculos sociales se ha convertido en un medio para conectar y acercarnos a los demás. Quién sabe si el de la panadería escuchará la música que yo escucho… ¡pero seguro que también está hasta el gorro del paro!
Buscamos conexión a través del lamento, de la protesta, del descontento. Pero de nuevo, se trata de un hábito que puede llegar a saturar con creces a quien te escuche. Si estás mentalmente agotado por el trabajo, la rutina, etc, busca una alternativa para descongestionar toda esa tensión. Quejarte constantemente solo remueve el malestar, y te ancla a ese sentimiento de insatisfacción… no te soluciona nada.
Poner Excusas
Muy a menudo pensamos que poner una excusa puede salvarnos de enfrentarnos a una situación incómoda, un problema que nos da pereza o que no sabemos cómo atajar. Sin embargo, obviar las excusas y tratar de poner siempre las cartas sobre la mesa, es una postura que viene muy de la mano con la honestidad, y con ser capaces de responsabilizarnos de nuestros actos y nuestras palabras.
Aunque el objetivo de nuestras historietas sea evitar herir los sentimientos de los demás, considera primero hacerte estas preguntas:
– ¿Por qué estás tan seguro de que vas a herir?
– ¿Por qué crees que una excusa va a ser mejor paliativo?
A largo plazo, esta costumbre termina por perjudicarnos sólo a nosotros. Poco a poco nuestras palabras perderán credibilidad, y así… ¿quién demonios querrá escucharnos?
Exagerar
Y en este caso, exagerar tanto hacia arriba como hacia abajo tampoco es recomendable. Es una cuestión de calibrado: qué eventos en tu vida merecen realmente un redoble de tambores, y cuáles puedes simplemente contar sin llamar a todo el circo. La continua exageración de todos los acontecimientos que contamos termina provocando pérdida de interés y expectación.
La cuestión reside en observarte atentamente a ti mismo. Al igual que nuestra forma de comer o gesticular, nuestra forma de comunicarnos también es una cualidad que nos caracteriza. De hecho, cuando hablamos, no pensamos en cómo lo estamos haciendo. Hay ciertas expresiones, dejes y gestos que parecen estar programados: nos salen automáticamente.
Pero no se trata de cambiar cada detalle de nuestra jerga. También constituye una faceta de nuestra personalidad, al igual que nuestros gustos o experiencias. Y en cierto sentido, ese deje personal nos hace “únicos”. A lo que me refiero en este artículo es a la necesidad de entendernos, sin que el lenguaje (que debería ser el simple medio para alcanzar el fin) nos entorpezca por el camino.
Expresar de forma concreta con palabras lo que nuestra cabeza quiere decir ya es suficientemente difícil, sin contar con lo que la otra persona llegue a interpretar…
Entonces… ¿cuál es la clave?
De acuerdo con Treasure, el secreto para convertirnos en los reyes de la comunicación eficiente pueden resumirse en 4 pilares:
- Honestidad: ser claro y transparente.
- Autenticidad: ser fiel a nuestra forma de pensar.
- Integridad: actuar en concordancia a aquello que transmites.
Y por último… Amor, o dicho de otro modo, que el trasfondo de tus palabras no tengan dudosas intenciones. Básicamente, que le deseen el bien a los demás.
Pero si aún se os han quedado algunos cómos y por qués en el tintero, os traigo para terminar un conjunto de consejos de mi propia cosecha:
Ni sobrio, ni ganso
Los extremos nunca son buenos… evítalos. Un discurso demasiado serio, formal y monótono terminará por causar perdida de interés en aquel que te escuche, aunque el contenido sea el pedazo de viaje que hiciste a Las Maldivas.
De la misma manera que si introduces constantemente bromas y chistes forzados para intentar hacer tu anécdota más entretenida, conseguirás el efecto contrario: desde fuera se percibirá poca naturalidad, y puede que no te tomen muy en serio.
La clave es el punto medio: un poco de seriedad te dotará de más credibilidad tanto a ti, como a aquello que estés contando… ¡pero tu objetivo no es aburrir al personal! Mete algún chascarrillo de cuando en cuando. Dará espontaneidad a la conversación, y mantendrás el interés de tu interlocutor.
Lo bueno, si breve…
Varios expertos en dialéctica se han puesto de acuerdo en afirmar que la capacidad de atención humana disminuye progresivamente a partir de los 10 primeros minutos de charla. Es por ello que la estrategia de hacer discursos breves, pero concisos, fue empleada por excelentes oradores de la historia, como Martin Luther King, Demóstenes o… sí, Hitler.
A la hora de hablar, no es necesario que te excedas en el detalle y alargues por horas una anécdota de 15 minutos. Céntrate en los aspectos más relevantes para la historia, omite los que no tengan tanto interés y permite que tu interlocutor intervenga con preguntas y opiniones.
Por muy bueno que fuese el capítulo de Juego de Tronos, si lo quiero ver, ya lo veré yo en mi casa.
Evita el Dogmatismo
Esto es, confundir los hechos con las opiniones, lo cual ocurre con frecuencia durante las discusiones. Cuando nos encontramos totalmente arraigados a una postura o pensamiento, podemos cometer el error de involucrarnos de forma afectiva con dicho pensamiento, volcando emociones y experiencias personales, y tornando nuestra argumentación mucho más subjetiva.
Sin darnos cuenta, nuestro discurso acaba volviéndose más agresivo dada la carga emocional implícita, y la reacción de nuestro interlocutor… bueno, ya os imaginaréis. A nadie le gusta ser bombardeado con opiniones y creencias etiquetadas como la verdad absoluta.
A la hora de discutir posturas opuestas, no hay mayor seguridad en un argumento que la de transmitirlo con serenidad. Cuando mostramos calma, mostramos confianza ante nuestras palabras, lo cual es percibido por la otra persona. No nos importa convencer. Con estar nosotros convencidos, ya es suficiente.
En cambio, el nerviosismo, la tensión y la necesidad de persuadir al otro puede ser indicativo de que tú mismo no tengas muy claras tus posturas y creencias.
¿Interrumpir… o ser interrumpido?
Es una costumbre que, depende de la zona, se da muy a menudo entre personas que tienen relaciones de mucha confianza. Si te interrumpen en una conversación, lo más importante es que no te lo tomes como algo personal. Todos los seres humanos tenemos cientos de ideas y tonterías diarias que queremos compartir, y sentir nuestro minuto de atención por parte de los demás. Y sí, seamos sinceros… a veces nos importa poco o nada lo que tenga que decir el resto. Pero la intencionalidad, bajo mi experiencia, nunca es mala.
Hay varios métodos que puedes poner en práctica cuando te interrumpan:
- Continúa hablando: ello terminará por hacer entender a la otra persona que aún no terminaste tu argumento/historia.
- Interrumpe de nuevo con calma: hazle saber que lo que estabas diciendo era importante.
Cuando el que interrumpe sueles ser tú, ten en cuenta esto la próxima vez que seas consciente de que lo estás haciendo: al interrumpir un discurso, uno de los motivos suele ser que estábamos construyendo nuestro siguiente argumento mentalmente en lugar de prestar atención a nuestro acompañante. Y en el momento en que la otra persona deja de sentirse escuchada, y el diálogo se convierte en un monólogo… ¿para qué seguir?
Haz notar al otro que le estás escuchando relacionando tu argumento con los puntos que él/ella aporta, e introduce de vez en cuando preguntas para hacerle sentir más partícipe:
– “No sé, sobre lo que te acabo de decir, ¿tú que piensas?” –
– “¿Te ha pasado lo mismo a ti?” –
Pues… quizás… mmm, no sé
De forma inconsciente, hacemos uso de coletillas o expresiones que nos muestran muy dubitativos y con falta de confianza acerca de lo que estamos diciendo. Lo que muchas veces llamamos “no mojarse”.
– “No sé, quizá…”
– “Si yo de esto no estoy seguro, pero…”
Cuando dudamos con frecuencia de nuestras palabras, damos la sensación de ser demasiado volubles, propensos a cambiar nuestro discurso en función de las circunstancias.
Encuentra el equilibrio entre lo maleable y lo rígido: no temas transmitir con firmeza lo que piensas. Rectificar después y cambiar de opinión también es de sabios.
El Silencio también es contenido
De hecho, es hasta necesario. Introducir pequeños silencios o pausas mientras hablas, da tiempo a los que te escuchan a ir asimilando la información y extraer su significado, sin sentirse abrumados por tanto contenido tan seguido.
Además, los silencios también dotan de significado a nuestras historias. Generan expectación, curiosidad, nos permite pausar el relato y expresarnos también con la mirada, con las manos… son extra de contenido puro y duro.
Lo importante, claro está… aprende a medir bien su duración.
Y por supuesto, la Postura Corporal
Una de las ramas de la psicología, conocida como psicogeografía, estudia cómo las posturas corporales, la disposición de los conversantes en una habitación o en torno a una mesa, y la orientación de su mirada y su cuerpo, puede influir aportando un nuevo paradigma al grupo, creándose roles entre ellos que dotan de un significado añadido a la conversación, y una reacción determinada en cada participante (esto lo veremos en otro artículo…)
Simplemente, trata de mostrar coherencia entre tus palabras y tu intencionalidad. Lo que decimos constituye tan sólo un 40% del mensaje. La verdadera intención que tenemos puede ser percibida rápidamente por nuestra mirada, nuestra expresión facial, el tono y la velocidad de nuestras palabras, o la tensión/relajación de nuestros músculos.
Aquella famosa expresión: “No es lo que dices… es la manera de decirlo”, no es ninguna tontería.
Y como digo siempre: no os creáis nada y comprobadlo todo por vosotros mismos.
Seguramente algunos de estos consejos no os sean del todo útiles. El estilo y la manera de comunicaros depende de muchos más factores (sexo, región, nivel cultural, estilo de sociedad…), así que no te agobies si sientes que no eres muy ducho en esto de la palabra.
Lo que te puedo decir es que, sobre todo, conozcas gente. Lee, viaja, habla contigo mismo, habla frente al espejo, habla con tu gato. Conoce otras formas y otras maneras. Te aseguro que al final, poco a poco, darás con la tuya.
Imagen: https://lebleurenard.tumblr.com/post/186605193164/call-me-by-your-name-aesthetic